Blogia
photosintesis

Y todo en veinte minutos...

En medio del debate de todos los días en mi oficina sobre dónde vamos a comer (estamos en una zona de nadie donde entre lo más apreciado está el McDonald's, no te digo más), me decido a cumplir mi parte del trato y actualizar un poco este diario íntimo a varias bandas. Si no lo he hecho antes es porque no tenía mucho que contar. Hoy tampoco, así que no os creáis nada de lo que estáis leyendo.
Ayer llegó Ámber de su segunda residencia (dicho así, parece Julio Iglesias llegando de Miami). Iba yo por la M-30 cuando me llegó un mensaje: "Estoy en casa, ¿donde estás?". "Estoy llegando", creo que respondí como pude. Cuando entraba por el garaje, unas niñas bastante burras que jugaban al balón enfrente del portal lo metieron de un patadón en el balcón de mi vecino. Me dio pena que no fuera en el mío para poder gritarles "¡¡BURRAS!!" a la cara y pincharles el balón en vez de devolvérselo. Pero no fue así. Lo que pasó es que al verme entrar por la puerta me dice una: "Oye, que el chico acaba de ir donde María, ¿eres tú María?". Y yo dije: "No, yo no soy María", y me fui como enfadada (llevaba todo el día enfurruñada).
Al llegar hice un paquete con vino, queso, paté y alguna cosa más y me subí a casa de Ámber a ver GH, que estaba a punto de empezar. Pero llamé, llamé, y no me abrió nadie. Así que bajé a casa. A todo esto el ascensor sigue sin funcionar (de hecho, nunca ha funcionado), o sea que tres pisos para arriba, tres pisos para abajo. Allí me empecé el queso porque me moría de hambre y me puse solita a ver a la Merche.
A los cinco minutos llega Ámber, y me dice, ojo, que estaba en casa de Maria y que si no me lo había dicho la niña. Sí que se había enterado bien la niña, sí. Y lo mejor, que les había dejado con la palabra en la boca a ella y a Fer para venir a ver GH. Y todo en veinte minutos. Es lo que tiene vivir en un barrio. Con muchas razas y sin ascensor, pero un barrio.

0 comentarios